Ayer se “ fue la luz” en mi casa, y uno dice se fue, no se apagó, es decir, dejó de estar con nosotros. Apenas había abierto la puerta y no me esperó, se fue simplemente, me dejó en tinieblas y pasaron dos horas con la “tragedia” que esto implica.
Primero me dije: ¡ Ahhh, es tu oportunidad ¡ ¿Que no es cierto que tienes muchas velas? ¿ Qué no es cierto que hasta una lamparita de Wall-Mart compraste para casos de emergencia ?... es tu oportunidad.
Iluminé la sala con las velas y abrí la puerta a la calle interior de la privada, quizás para causar envidia a los vecinos – a la soledad se le permite todo - y que alguien se acercara a ver mi escenografía. Obviamente llegaron algunos niños que deambulaban casi a oscuras y hube de prestar mi lamparita a sabiendas de que difícilmente volvería a recobrarla.
Intenté la guitarra - nada del otro mundo – sólo canciones que asaltaban casi a mano armada algunos recuerdos y la tácita confesión, al intentar tocarla, de haber tenido amores muy cursis....pero la luz no llegaba....
Apenas son las diez, me dije, es jueves, salte a la calle, tómate una copa, no tienes por que sentirte solo. Llévate tu cuaderno, escribe un poema, escucha cualquier historia, pero no se te vaya a ocurrir alzar tu ropa o bolear tus zapatos a la luz de las velas, porque es un ofensa para ellas, no están hechas para eso y merecen acciones más sublimes.
Opte por enfilar mi coche hacia colonias más céntricas donde la luz hubiera permanecido, pero era lo de siempre; entré a dos lugares donde la gente se aburría sin siquiera mirarse, atentos sólo a la televisión, enajenados y sin ganas ni posibilidad de intentar algún encuentro que hubiera podido ser la salvación.
Hube de regresar a mi casa, precavido y con encendedor en la bolsa, para volver a prender mis velas y subir a mi cuarto. Es fácil reflexionar a la luz de una vela y permanecer así por un buen rato, pero yo, casi a tientas, tuve la fortuna de encontrarme en el librero con César Vallejo; aquel poeta peruano encarcelado injustamente, miembro del partido comunista español y que murió en Paris, un día del cual ya tenía el recuerdo, en 1938. El poeta de los Heraldos Negros: “Hay golpes en la vida, tan fuertes…Yo no sé! Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma… Yo no sé!”.
Y continué leyendo, alucinado, más que por las velas por su poesía...¡ Qué hermosas imágenes ¡ Qué espléndidas frases: “Melancolía, saca tu dulce pico ya; no cebes tus ayunos en mis trigos de luz”.
Pero la otra luz, la luz eléctrica, no llegaba y las sublimes velas no podía hacer nada por mi refrigerador – donde por cierto, tampoco había muchas cosas – pero si el “lujo” de un litro de helado “capuchino” que irremediablemente acabaría deshaciéndose.
Yo me quedé enamorado de la poesía de Vallejo y sin poder dormir. Pensando como siempre, con el reflejo de las velas en la pantalla gris de la televisión apagada y el Cristo en mi cabecera, igual que todos ellos, permanentemente en agonía, como el de Velázquez, que no acaba de morirse nunca y sin descanso posible, pero iluminado ahora fuera de su iglesia por las velas de mi cuarto y la presencia del poeta.
La luz no llegó, no sé hasta qué hora me quedé despierto, pero sin duda mi sueño fue asaltado a causa de Vallejo y me bajé por las gradas del alfabeto hasta la letra en que nació la pena, por “caminos redentores”, “corazones celestes” y algunos “para siempre”.
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