martes, 5 de abril de 2011

De la vida burguesa

Yo no digo que sean tan diferentes o peores, ni que no los envide a veces, porque nadie nace para pobre.

Tampoco me quiero morir pensando  que no hubo hombre de fortuna que no fuera tonto, o ni siquiera honrado.

Creo que la diferencia es cosa de ocupación, de sensibilidad, de horizonte, pena, suerte, ubicación, código postal, educación o sintonía mental. 

Eso es  todo.

Ellos deben sufrir igual, pero se ocupan menos.
No hacen muchas preguntas y su consuelo es fácil, flota en la superficie de lo bueno, oscila entre el buen gusto y el refinamiento.

Y es que el mundo vale la pena sólo si se conquista,  no tiene caso cuestionarlo y la falsificación no es un delito, es una forma de ser listo.

Se falsifica, el amor, el yo radical, si es que lo tienen, igual que los diamantes, el dinero o la ropa de marca.

Se puede mentir con toda tranquilidad, siempre que uno vaya a  misa los domingos, y dejar que la iglesia enfrente los problemas de creer o no realmente en Dios.

Yo no digo que a veces no piensen en los demás, se depriman un poco, laven la conciencia y hasta amen a alguien...   Pero todo  tiene que hacerse en riguroso orden.

Digo que nos quieren lejos, porque “no somos  iguales ”  y que los pensamientos, las noticias, la crisis, la pobreza, la queja, el mundo de cabeza, es algo que llega a molestar y no se puede hacer nada.

¿ Adónde va mi voz, si estoy con ellos; qué hay de la idea, cómo hacer del encuentro un pasajero, un tren, un reinventarse nuevo ?

¿Quién conversa? Qué tengo yo que ver con quien llegó de un restaurante y quiere platicar  que ahí estuvo.  Todo esto como un cóctel mezclado con un poco de hielo y colores en el vaso que sugiere el mesero.

Además, yo nunca estoy peinado, se me olvida  bolearme los zapatos, me pesa la corbata,  no me alcanza el dinero, cargo siempre un cuaderno, como quien no quiere hablar.
Y si no tengo pan, no sueño con
revoluciones, simplemente me aburro.









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