Hoy desperté en casa de “N” antes que ella y me quedé mirando ese entorno de la “casa ajena”, pensando en que ambos deberíamos enfrentar, cada quien a su manera, una circunstancia distinta y de regreso después del fin de semana –con esa respetuosa distancia que no permite hacer preguntas ni dar explicaciones - en Cuernavaca y Tepotztlán.
Ella debió dar su clase esa mañana, porque en la sala y enmarcado entre los árboles de atrás de la terraza, estaba escrito en el pizarrón, con letras rojas “El Cambio” y más abajo, subrayado, cada uno de las patologías que lo hacen necesario y que vi sólo de reojo, camino al refrigerador, para tomar una Coca- Cola y encender un cigarro – “el desayuno de los campeones”- que tiene como plato principal una reflexión sobre las cosas absurdas que generalmente se esperan en el día y el resto de sueños pendientes que, con los ojos abiertos, puedan rescatarse.
Yo quería caminar un poco entre los árboles de la avenida para retardar el encuentro con la computadora y los papeles de la oficina, pero “N”. insistió en bajarme en su coche a tomar la “pesera”. Recobré a Giovanni Papini, en dos cuentecitos que leí en la pesera – leer en una pesera o en una cafetería es un acto privado que se da en un lugar público - y enfrenté, distraído, el primer intercambio de frases inútiles con el chofer - el segundo fue con mi secretaria - , para después darme el tiempo para el encuentro con la página en blanco y la costumbre de escribir.
Escribir para qué, para quién, ¿para qué poner el acento sobre la palabra o los hechos que nadie va leer... ? Escribo para mí, para verme y tener un encuentro cierto conmigo con “N” , pero sobre todo contigo.
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