martes, 5 de abril de 2011

Me recluí a mi mismo

A la soledad, prisión, muerte anticipada, van
llegando -  incomprendidas - todas las demás
cosas.

Por la ventana, apenas, la luz hace lo suyo:

No hay culpa ni  remedio.

Si acaso “el  no ser otro” que permanece afuera
sin que nadie lo escuche, sin tocar a la  puerta.

Acaso la despedida, lo que pudo haber sido,
un afán imposible y un pasado adelante como
la aparición de un muro.

Haber dejado ir, saber que no era lo tuyo, caminar
con la ilusión fallida, defenderse porque la naturaleza
dijo que hay que hacerlo y tratar de entender.

No desear más que paz.

La vida va ensanchando la prisión y se camina,
sin prisa, dando vueltas, a lo que se hizo siempre:

Uno sabe de niño que ya era distinto, se cruzaba
con ello, trataba de evitarlo, construía una forma
de ser utilizando esos ladrillos.

( ¿Cómo se construye ser feliz? Con el esfuerzo,
el deseo, cualquier otra cosa útil o inútil, que vaya
sirviendo... con el otro también, yo no sé.

Pero no con el miedo, no con la vejez o el nacimiento.

Uno aprende a darse cuenta que su importancia
estaba, en términos muy simples, en  “jugar a perder
un poco, con tal de estar más cerca”.

Sabe que quiso  gritar: ¡ Se joden ¡.....pero ya no había
nadie, y se quedó con unas palabras que tampoco eran
estas ).


Luego – a quien le importa – la apuesta sin entender, 
la rebelión frente un juego sin principios, no haberse
inventado lo suficiente y sufrir las consecuencias.


Vivir era esforzarse, pero con otras reglas.

Quedó la enseñanza de que ha sido, tan repetida como
todo lo otro que se va acomodando y deja de ser molesto.

La obsesiva pertenencia a los sueños, más verdaderos
entre más irreales, y el asalto a las cosas inauditas
que acabaron igual que las sublimes, tan injustas unas
como otras, tan sobrepuestas ambas a la vida.

Terminar siempre rodeado de las cuestiones más
simples: la cita con el cansancio, el ultimo cigarro,
la clausura del momento y el pensamiento absurdo
que llega sin invitación.


Queda este recurso que se inventa, el del café cargado
con explicaciones y la  aparición de un Sol sin reclamos,
que nos perdona siempre  mientras dura.

Me recluí a mí mismo, voluntariamente, no me
hallaba yo ya, no estaba en ninguna parte.

Me recluí a mi mismo, aunque fuera en los bares,
al  fondo de la cartera, o en el golpe brutal del cigarro
y la pena.

Me recluí a mi mismo, aunque  llegara a  verte con
mi dolor de fuente, siempre igual al caer y  siempre
otro.

Simplemente me fui de muchas cosas.Me fui yendo
de todo, aún de mí.



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