Sucede así, sin que uno se de cuenta, como si la soledad
exigiera aquél espacio que siempre ha
sido suyo.
Quedan para después las decisiones, el
pensamiento propio, el punto y aparte, o
el final
de todo.
Entonces las cosas cambian, se desdibuja
la intención más noble, el deseo más grande
y uno se pregunta: cómo fue que se dieron.
No querer ver a nadie es como un viaje, y
enterarse de que el último abrazo no es
igual
al primero,
porque algún recuerdo lo empañó
sin saberlo.
*
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