Yo, que llegué a comprender que si otro aparecía,
una forma de amor seguía siendo conmigo.
Usted, que al hacerlo, logró cambiar los nombres
y los signos.
A mí, que puedo darme el lujo de que me espere
otra mujer, que pienso en usted ahora y también ya no.
A usted que no le hace falta nada.
Por qué habríamos de irnos otra vez sin despedida,
sin hablar desde aquí, sin entender allá, sin comprender
un poco.
Vamos los dos o los tres y platicamos, nos decimos
la verdad de su importancia y dejamos pasar su voz
entre nosotros.
Tengamos piedad de aquellos que finalmente nos habitan.
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